El visitante de la selva
Hace unos años, viajamos mi novio y yo a Chiapas con mochila en hombro y muy poco presupuesto.
Decididos a aventurarnos por completo, no contratamos los servicios de ninguna agencia o guía turístico y tampoco previmos asuntos de hospedaje, transporte o rutas. Queríamos explorar la selva y tener una experiencia muy “natural”.
Debes saber que la Selva Lacandona es una de las más grandes del mundo y muchas de sus áreas aún están inexploradas, la llaman “El Desierto de la Soledad”.
En la exploración descubrimos paisajes hermosos y quedamos fascinados con tanta belleza, realmente estábamos disfrutando el viaje, el problema empezó cuando cayó la noche.
Totalmente a ciegas, alumbrados solo con la lámpara del celular, intentamos regresar por el mismo camino que habíamos recorrido para adentrarnos a la selva, pero no lo conseguimos. Cansados de dar vueltas y no encontrar la salida, y con el temor de que un animal nocturno nos pudiera atacar, pensamos que lo mejor sería quedarnos allí a esperar que alguien pasara o, en su defecto, amaneciera.
Por suerte, pocos minutos después apareció un maya que regresaba a su casa y quien, al ver el peligro en el que nos encontrábamos, decidió guiarnos a una cabaña que se rentaba para turistas e investigadores.
Seguimos al maya hasta una casita de donde salió una anciana que no hablaba español. El muchacho nos ayudó a interpretar y traducir y la señora accedió a rentarnos la cabaña (que se encontraba a unos metros de allí) por muy poco dinero, sólo por esa noche. Nos dió unas velas y nos llevó hasta la casita, mientras el maya se alejaba por otro camino.
Al entrar a la cabaña notamos que había muchos retratos en las paredes. Nos pareció una excesiva decoración de cuadros con fotografías de rostros, sobre todo porque se trataba de una cabaña rústica.
Las fotografías comenzaron a perturbarnos, porque daba la impresión de que los rostros estaban mirándonos fijamente. Incómodos con la situación decidimos irnos a la cama y olvidarnos de los ojos que nos miraban. Después de un rato nos quedamos completamente dormidos.
En la mañana mi novio despertó sobresaltado y me llamó asustado. Apenas abrí los ojos, el terror me recorrió desde la punta de los pies hasta la nuca. La habitación no estaba plagada de cuadros con retratos, sino de ventanas.
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